algunos textos/ fragmentos



Pronunciaban la ese diferente de la ce, la ve de la be, claramente la zeta y la elle. Si se las miraba era imposible tener errores de ortografía pero mirarlas se convertía en una obsesión perversa: ver salir la puntita de la lengua de entre esos labios exangües me llevaba a imaginar oquedades malolientes, clausurada por dientes amarillos y cortantes; como los de los caballos pero miniaturizados. Escribía sin mirar el papel por ver el prodigio de la pronunciación: la hechura de las letras arrebatadas, a mordiscos y dentelladas, al aire que les subía desde el pecho. Sólo yo era testigo de ese alumbramiento, de la infinita variedad que conseguían mascando bien las palabras, pero no podía dar testimonio porque naufragaba entre borrones. Y entonces ellas, desconcertadas entre la aplicación y el resultado, reparaban en mis ojos fijos y deducían iniquidades: es que las monjas –como los animales- se ponen nerviosas si se las mira mucho.

Ellas, Infinitas formas de cosas tan delgadas, Liliana Costa.



Con sus propias esperanzas, con su arrepentimiento, la imaginación de los padres construye para los hijos andamios, que los hijos dejan casi siempre de lado, desbordando el marco y creciendo de través, como árboles doblegados por un viento fatal con el que los padres no habían contado.
En Grand Central Station me senté y lloré, Elizabeth Smart






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